Aún somos Sonámbulos

 Introducción 


Tras el fin de la última década, no he podido evitar hacer un balance de todo lo que había pasado, tanto a nivel individual como a nivel general y esto es lo que he sacado en claro.

El auge de las nuevas tecnologías referentes a la telefonía móvil y a la realidad aumentada, unidas a las virtudes de la conectividad que proporciona el 4G y el 5G ha permitido al ser humano primermundista desarrollar su creatividad hasta niveles insospechados.

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YouTube, que empezó siendo una plataforma para almacenar vídeos y que aglutinaba al grueso de la población joven ociosa en la década previa, es ahora un referente mercantil y un canal interactivo para promocionar el negocio y la imagen de marca de multitud de empresas de gran prestigio y plantilla.


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Las redes sociales, condenadas en inicio al ostracismo por la reticencia de las generaciones previas a los millenials a incorporarlas en sus ámbitos personales y profesionales, son ahora el caldo de cultivo de nuevas tendencias sociales y culturales e incluso el sector político hace uso de este portal para darse de vez en cuando baños de masas y relatar las vivencias del día en tweets de 140 caracteres, a veces sin ningún tipo de filtro y cometiendo las peores faltas, tanto morales como de ortografía.


La figura del Community Manager ha adquirido con este despertar de las plataformas sociales un éxito e importancia inesperados y ahora las grandes empresas se los disputan como si fuera el último canapé de caviar que quedara en la bandeja de plata de la economía mundial.


No obstante, pese a todas estas maravillas que el impredecible mundo de internet nos ha proporcionado, lejos de conectarnos de un modo convencional y fomentar la empatía, la multiculturalidad y la inclusión social de una forma natural y optimista, nos ha sumido a todos en un estado de apatía permanente alimentada por las más de cuatro horas al día que pasamos la mayoría de nosotros mirando a la pantalla de nuestros dispositivos portátiles.


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La mensajería instantánea ha dado más visibilidad a los comentarios negativos, al odio hacia el prójimo, la ignominia, la ansiedad e inestabilidad emocional y a la aparición de una ilusión hiperrealista en la que muchos de nosotros decidimos sumergirnos para evitar, así, hacer frente a los dramas cotidianos que nos acosan y que decidimos ignorar mientras damos un mordisco a la deliciosa, aunque ponzoñosa manzana de la procrastinación.

En Facebook, Twitter e incluso las aplicaciones de citas como Tinder, somos los reyes. Vendemos nuestra intimidad y nuestra imagen personal como si este mundo ficticio fuera una interminable pasarela, un desfile de ganado cuyo fin no es el matadero y el desmembramiento de las reses, sino otro tipo de descuartización mediática; la "viralidad".


Seguimos a los influencers de contenido como si fueran los nuevos dioses de neón que retrataron muy bien Simon and Garfunkel en the Sound of Silence. Vivimos en el sueño de una fama inexistente, de una vida trepidante y fuera de lo común que en realidad no es tal, y nos creemos seres únicos pese a que millones se identifican cada día con las peculiaridades que subimos a la red en forma de stories de Instagram.


Añadimos a nuestras vidas y entornos mediocres un filtro fotográfico con el que dotarlos de originalidad y colorido, y así provocar la admiración o la envidia de los otros, los ajenos, los nadie a los que, para rabia de muchos, pertenecemos.


El comienzo de la pesadilla


He querido empezar este artículo resumiendo la década para comparar, a continuación, este mismo periodo, pero del siglo pasado. Una década de cambio en la que el cine había comenzado a dar sus primeros pasos y a dejar  la narración lineal y el arte experimental decimonónico para adentrarse en los horrendos y deformados parajes del expresionismo.


El optimismo de principios de siglo por la idea progreso que se fraguaba en las exposiciones universales iluminadas por las primeras bombillas de luz eléctrica, se vio truncado cuando Europa se llenó de trincheras, de muertos y sangre. Alemania, la Gran Perdedora, fue sometida a todo tipo de castigos, tanto penales como económicos, y su sociedad se vio sacudida por una oleada de hambre, inestabilidad y penurias, todo ello provocado por la devaluación del marco y los bloqueos comerciales impuestos por los países vencedores.


La gente, una vez los supervivientes de la Gran Guerra volvieron a casa, se encontraron con que su vida se había complicado más todavía y el gobierno de su país les había dejado tirados. Sin trabajo y sin razón de ser, los alemanes adoptaron esta actitud apática frente a todo. Nada ya tenía sentido y el nihilismo empezó a ser la corriente de pensamiento imperante.


La nación comenzaba a frustrarse, como empezó a verse tras el motín de 1918 y la gente joven, buscando alejarse de este sentimiento de derrota, de desazón y de la miseria de sus barrios y familias, desarrollaron toda suerte de corrientes anárquicas.


Tanto en su forma de vestir, de ser y a la hora de desarrollar nuevas formas de cultura que después darían lugar al agitado maremágnum de vanguardias, la población joven trataba, así, de reivindicar su sitio en aquellos años convulsos de posguerra. A su vez, el jolgorio de los mal llamados felices años veinte tenía que convivir también con su extremo más violento. Esto es, el auge del fascismo y de los movimientos antisistema.



No puedo evitar ver en ello la semejanza de aquella década con esta que comenzamos, cien años después. El auge de las extrema derecha en prácticamente toda Europa, la tendencia racista y opresora que se ha apoderado de los gobiernos más importantes y poderosos del continente y las políticas anti inmigración que han sido adoptadas por los susodichos, no deja lugar a dudas; volvemos a las andadas aunque sin una Gran Guerra de por medio, pero con multitud de recesiones económicas que han pasado sobre nosotros como una apisonadora.


La gente que ha nacido a finales del siglo XX no sabe nada de las secuelas que deja la violencia y el belicismo. Los testigos de las Guerras Mundiales están por desaparecer del todo y ya no nos quedarán familiares ni gente cercana que nos cuente cómo fueron aquellos días de miseria, de desasosiego y de miedo a morir en cualquier instante.


Es por eso que, un siglo después, el Gabinete del Dr. Caligari, una película de Robert Wiene la cual es imposible separar de su contexto histórico, sigue siendo relevante a día de hoy, puesto que el mensaje que pretendía transmitir al espectador no ha perdido ni una pizca de su intensidad.


La importancia de la composición



Han sido muchas las películas que han seguido la estela de esta famosa precursora del horror psicológico. Me viene a la cabeza Shutter Island, cuya trama es casi calcada al gabinete, con giro inesperado de los acontecimientos incluido. Synecdoque, New York también podemos decir que basa su argumento casi surrealista en la distorsión de realidades y Origen de Christopher Nolan disecciona la lógica del sueño mismo. 

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¿Qué la hace tan especial para que grandes directores, tanto pasados como actuales, se hayan basado en su concepto esencial para desarrollar sus propios largometrajes?  


No creo que sea necesario prevenir al lector de que a partir de aquí voy a destripar por completo la historia, porque creo que, después de cien años, se ha tenido suficiente tiempo para verla. Dicho esto, comienzo.


Tras los créditos iniciales, el título y el letrero del primer acto, el plano se abre del centro hacia los laterales y revela la escena inicial de la película. Esto es; dos hombres sentados en el banco de un jardín misterioso. Uno, el de más edad, le dice a su compañero que hay espíritus por todas partes y que le han expulsado de casa, lejos de su familia.



El otro, más joven, se queda de pronto embelesado ante la repentina aparición de una joven de etérea belleza, ataviada con un vaporoso camisón blanco, que camina con lentitud fantasmagórica hasta salir del plano. A continuación, replica a su compañero revelándole que ella es su prometida y que juntos han vivido cosas más espeluznantes que tener fantasmas en su casa.


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Esta es la introducción de la primera película de la historia en tener un argumento que gira en torno a un flashback y cuya veracidad no podemos constatar hasta el imprevisto, a la par que sobrecogedor final del largometraje.


Todo el relato de Franzis, el joven de mirada soñadora, transcurre en el misterioso pueblo de Holstenwall, una villa de casas desproporcionadas, caminos intrincados y sombras alargadas que se ciernen sobre los protagonistas de forma amenazadora. 


En este espeluznante ambiente el protagonista se encuentra con que su mejor amigo ha sido asesinado y, junto con la mujer que ambos amaban e hija del comisario del pueblo, debe averiguar quién ha sido el responsable. Todo apunta a que el crimen es obra del títere sonámbulo que controla la terrible y ladina mano del feriante Caligari y que, al final es sorprendido gracias a que la hija del comisario da la voz de alarma cuando Cesare el sonámbulo intenta secuestrarla y logran, así, atrapar tanto al asesino como a su amo. 


No obstante, esto no es lo más sorprendente de esta película, ni siquiera el giro inesperado de los acontecimientos, una vez entendemos que Franzis es realmente el perturbado y Caligari es una figura imaginaria encarnada por el director de la institución mental que lo mantiene. 


Durante todo el tiempo, el espectador sabe quién es el asesino. Acompaña a todos los personajes sin excepción y no se centra solo en la perspectiva de Franzis, sino que logra inmiscuirse en la vida del resto de personajes; una señal clara de que estamos ante una historia inverosímil, carente de lógica y coherencia. Observamos, desconcertados, cómo la realidad se distorsiona y solo somos capaces de entender qué ha pasado cuando el joven desquiciado grita y se revuelve ante la solemne figura del director del sanatorio. 


Otra pista que nos da el montaje de la trama acerca de la incoherencia de los acontecimientos es la personalidad de Franzis. Tras un primer visionado de la película podríamos albergar dudas sobre la veracidad de la última escena, incluso podríamos concluir con que no está del todo clara la locura del joven, ya que en el relato previo a la revelación, podemos ver que su comportamiento es el de una persona funcional y cuerda. 


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Sin embargo, tras el paso del tiempo y unos cuantos visionados más, uno puede percatarse de que el mensaje que quiere transmitirnos el largometraje es más profundo y siniestro de lo que a priori pudiera parecer.


El mensaje bajo mi humilde punto de vista y un vistazo al narcisismo humano 


He comenzado este artículo hablando sobre cómo la sociedad actual está tan inmersa en un individualismo causado en parte por las redes sociales y la tecnología, y quiero terminar retomando este tópico para explicar cuál es la razón de ser del protagonista del gabinete del Dr. Caligari, además de por qué tiene tanta similitud con el individuo primermundista promedio tan enfocado en sí mismo que es incapaz de apartar la vista de la imagen que proyecta en la cámara frontal de su Smartphone. 


 Muchos de los críticos que han analizado la película han dado demasiada importancia al arquetipo que representan tanto Caligari como Cesare en el delirio de Franzis y muchas veces dejan de lado al protagonista, sin destacar que es en él en quien recae toda la importancia de la moraleja de esta historia. 


Este personaje es un modelo de narcisista bastante completo; casi podríamos decir que es la representación artística de un exhaustivo estudio sobre la psique humana y el subconsciente que planteaba Sigmund Freud. 


Desde principio a fin podemos ver en Franzis la obsesión de superioridad que muestra cada vez que quiere poner la visión del mundo por encima de la de los demás. Al principio rebate a su acompañante del banco diciéndole que lo que él ha vivido es mucho más terrible y mas importante que los recuerdos del otro. En vez de centrarnos en las vivencias fantasmagóricas del hombre anciano, automáticamente la película se adentra en la historia de Franzis, un hombre de apariencia y maneras perfectas, con una vida perfecta y una percepción de las cosas también perfecta, que no admite objeción. 


¿Por qué señalo esto último? Porque constantemente, a lo largo de las escenas que suceden tras el asesinato de su mejor amigo, podemos ver cómo pone en tela de juicio la labor investigadora de la policía. Él sabe que ha sido Cesare por medio del manejo de hilos del feriante y no puede tolerar que se le discuta, por eso se empeña en buscar cualquier pista para contradecir la versión de la policía hasta que al final se prueba que su versión resulta ser cierta y el queda retratado como el vengador de su fiel amigo el salvador de la hija del comisario. Su turbadora fantasía termina por darle la razón y en ella, como en una laguna de locura autocomplaciente, se ve reflejado como el hombre que ha evitado más muertes; un ciudadano ejemplar.


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Conclusión 


Todos nosotros vivimos en esa fantasía más acentuada que nunca porque podemos refugiarnos en ella gracias a la tecnología, ahora con más detalles y en alta definición. Muchas personas viven con la ansiedad de conseguir ese suplemento de narcisismo para poder darle un sentido a su vida y así lograr una falsa satisfacción por haber obtenido una fama virtual que trate de llenar su vacío interno y mitigue su miedo a la incertidumbre que provoca el cambio, el futuro; lo imprevisible. 


Es fácil juzgar lo que no conocemos y afirmar de manera rotunda que un tierno muchacho, embebido por la belleza de una flor, puede ser capaz de matar, amén de otros deleznables actos. Es muy sencillo como bajo un prisma diferente un respetado doctor puede ser un manipulador y un loco psicópata sin ningún tipo de empatía hacia las personas. Nuestro sueño es lo único que puede protegernos de una realidad cambiante y que a menudo nos incomoda y nos hace cuestionarnos nuestra presencia en el mundo. 


Hoy, cien años después de el Gabinete del Dr. Caligari, aún seguimos siendo sonámbulos. 


 

Comisión realizada por Vanessa Ninona. https://www.instagram.com/nessa_ninona/?hl=es


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