Donut o la Desilusión de Publicar

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Soy de las personas que piensan que las oportunidades no caen del cielo y que para lograr algo, hay que trabajarlo hasta llorar lágrimas de sangre.

Sin embargo, por mucho que se ponga todo el empeño en cumplir con un objetivo tan sacrificado y que reporta tan poca felicidad a corto plazo como lo es este oficio -o afición- de escribir, no siempre se logra alcanzar la autorrealización profesional y personal. En parte, porque esta satisfacción del autor depende de si aceptan o no su manuscrito en una editorial, no del trabajo duro que haya habido detrás de su historia.


Hoy en día, la validación de un manuscrito para ser editado y publicado está condicionada por las ganancias que la historia reporte y los lectores potenciales que este pueda llegar a tener.


Su éxito se basa en los estudios de mercado y en la publicidad del contenido en las redes sociales, y deja de lado el componente ético y el compromiso literario por hacer llegar al lector un resultado pulcro y con coherencia argumental.


La imagen de la corrección que antaño las editoriales se esforzaban por mostrar ha quedado diluida por una paulatina relajación de estas excelsas instituciones que ahora se encargan de divulgar en masa best-sellers sin encanto, sin mensaje e, incluso, sin que su estilo y su ortografía se haya corregido en el proceso de edición.


Una de las traumáticas experiencias que siempre cuento a aquellos que saben de mi afición por escribir y mi sueño por publicar es la del intento de mandar, a una de estas distinguidas instituciones, mi manuscrito de el Zal azul. Mi historia fue rechazada por no ser demasiado vendible.


Quizá llamar una experiencia traumática a que me rechazaran el manuscrito por enésima vez, suene demasiado exagerado pero considero que no lo es tanto cuando esta misma editorial iba a presentar el libro de un grupo, de cuyo nombre no quiero acordarme, que había compuesto una canción de carácter obsceno sobre un dónut, o algo parecido. Mi autoestima pisoteada por un dónut. Seguro que eso no le ha pasado ni a Homer Simpson. Deprimente.


Mas no cejé en mi empeño de publicar algo en la vida y llegué a la conclusión de que necesitaba seguir adquiriendo conocimientos y mejorar mi estilo comunicativo. De este modo me sumergí en las mareas de Internet y encontré una plataforma que ofertaba talleres de escritura, llamada Escuela Cursiva.


Rosa Montero, una afamada y consolidada escritora española, me brindaba la oportunidad de aprender de ella todo lo que sabía acerca de la escritura creativa. Una autora joven me podía enseñar cómo crear personajes creíbles. Hasta un autor famoso en las redes sociales te explicaba cuáles eran los pasos para estructurar la novela y toda la problemática que conlleva.


Además de todo esto, la plataforma te mostraba el contenido de una forma audiovisual e intuitiva con el aula virtual, y tras hacer el curso podías, con un importe un poco más elevado, tener la opción de obtener un certificado profesional avalado por Penguin Random House.


No obstante, antes de dar mi dinero, me gusta indagar por si hay algún asunto turbio del cual deba quedar prevenida. Tengo la mala suerte de toparme siempre con las editoriales estafa cada vez que doy un paso por el engañoso sendero de la publicación.


Y, aunque a priori no he visto nada sospechoso, me llama la atención cómo están estructurados los cursos. Existen dos bloques; de escritura y de edición de textos. En el de escritura, según las opiniones de algunos clientes, no se hace mención alguna sobre como editar una novela para que los editores queden conformes con lo que ven. En el de edición ocurre algo parecido, ya que no entran en detalles sobre cómo pulir el estilo narrativo de uno a la hora de escribir.


Hay una tercera opción que parece aunar ambos conceptos. Esta es la creación de la novela con todos los detalles de los dos mundos. The best of both worlds.


Esta es la opción que más me interesaba hasta que vi el precio. Casi dos mil quinientos euros. Las editoriales que me contactaron para timarme me ofrecían una primera edición de mi novela D. E. M. O. S. muchísimo más económica que iba desde los setecientos a los mil euros por cien ejemplares. Me decían que me ahorrarán ese trabajo, como si eso me aliviará pero es precisamente modelar, a partir del barro, lo que me parece atractivo. Me gustaría ser testigo del proceso de transformación de mi trabajo y no quedarme al margen, como estas editoriales sugerían.


Mis preguntas, y las que deberían hacerse todos los autores noveles, son las siguientes: ¿merecen la pena esos cursos y adquirir ese conocimiento? ¿Por qué razón no ofertan cursos que engloben los dos campos para tener una noción básica del mundo editorial? ¿Por qué tampoco ofertan de forma clara cursos para corregir el estilo de los autores poco experimentados o que están empezando en esta guerra literaria?


Comprendo que ellos tengan que comer, pero también tienen que hacerlo los escritores. Quienes quieren adentrarse en esta jungla no tienen los bolsillos demasiado holgados como para poder permitirse un paquete de inicio a la escritura.


Es complicado conjugar la vida laboral y la necesidad imperiosa de escribir y escucho constantemente que para dedicarse a este digno oficio hay que dejarlo todo en pos de esta quimera. El problema es que no deja de ser eso; una quimera. De escribir no se puede vivir y ni el paquete mejor diseñado del universo garantiza que se vaya a tener un éxito de forma rápida y a la primera.


Te garantizan una certificación laboral para añadirla a tu curriculum virtual en LinkedIn. Sin embargo, ¿realmente sirve para presentar o presumir de tus virtudes a los posibles contratantes? ¿Qué hace que uno sea un buen escritor: la experiencia, las redes sociales o la adquisición de títulos académicos que prueben nuestro poderío como contadores de historias de perfil estable y con confianza en uno mismo? ¿Basan su criba en la ambición o en la creatividad del escritor que quieren contratar? He ahí el dilema que no logro resolver.


Soy de las personas que piensan que las oportunidades no caen del cielo y que para lograr algo, hay que trabajarlo hasta llorar lágrimas de sangre. Pero también opino que es absurdo dejar que otros hagan dinero con el fruto de un trabajo, que ni siquiera está terminado porque no se sabe qué pasos hay que seguir para concluirlo de manera adecuada. Ni siquiera con los cursos que ofertan como si fueran la panacea te dan la respuesta, así que considero que nos están tomando el pelo de una forma descarada.


En fin, seguiré escribiendo aunque ya no considere publicar mis obras. Dejaré de darle importancia a que otros lean mi contenido, continuaré trabajando de traductor, amasaré mi frustración por no lograr entrar en la tierra hostil de la literatura, la hornearé y, como un jugoso dónut, me la comeré hasta las migajas.


Queridos lectores y editores, yo también tengo la mala costumbre de no querer morirme de hambre.

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