Sistema Educativo

 Resultado de imagen de acoso de profesores a alumnos


Nunca he sido una persona especialmente aplicada en el colegio. De hecho, los que me conocen de hace tiempo siempre me han visto leyendo, escribiendo o dibujando de incógnito y alerta por si el profesor de turno me pillaba haciendo otra cosa que no fuera prestar atención a su soporífero monólogo formativo.


Tampoco he ostentado el título del alumno más insoportable de toda la clase; ese honor les correspondía a los chavales hiperactivos y yo era más de tener horchata en las venas y quedarme mirando al infinito. Es decir, no era una persona conflictiva y era relativamente obediente teniendo en cuenta la fauna que había. Formaba parte de un, por suerte, numeroso término medio dentro del alumnado.


Por otro lado, había niños que se atrevían a realizar preguntas incómodas con intenciones cuestionables a los profesores sin ningún tipo de filtro y estas personas adultas, incapaces de hacer frente al shock que les había producido aquella pregunta, castigaban no solo al alumno conflictivo, sino a toda la clase para que todos pensáramos en la consecuencia de decir alguna impertinencia o simplemente, hablar por hablar y molestar a los demás.


Una vez me sentí esa clase de alumno cuando, incapaz de contenerme, le pregunté a la maestra de tercero de Primaria algo que llegó incluso a revolucionar a la clase entera y, por ello, nos castigaron a todos. A día de hoy, no considero que aquella pregunta fuera algo impertinente. Ni que le hubiera preguntado por el color de las bragas que llevaba aquel día.


De hecho, tenía que ver con el propio sistema educativo que teníamos hace veinte años exactamente y que dudo mucho que haya cambiado en algo debido a los continuos recortes que ha sufrido la educación española hasta el día de hoy.


Pero, si tenemos en cuenta que esta señora una vez llegó a ridiculizarme en frente de toda la clase, llamándome burro y haciendo que el resto de niños corearan esa palabra hasta el punto de hacerme llorar y cerrar los ojos esperando que acabasen y que aquello no fuera más que una pesadilla, os podéis hacer una idea del tipo de calaña que era esta persona.


Como pasó hace dos décadas, no recuerdo exactamente el motivo, pero creo que tenía algo que ver con que no había comprado un diccionario que, al parecer, era super necesario que tuviéramos.  Yo había comprado otro más barato con mi paga, de modo que creo que fue eso lo que desató en ella su necesidad de humillarme. ¿Por qué? A día de hoy me lo sigo preguntando.


Con esta descripción previa del background de esta profesora a punto de jubilarse quiero hacer especial énfasis en su carácter agresivo e intransigente y en la nula capacidad de hacer que su alumnado conectara con las enseñanzas que intentaba transmitir. Sólo una vez más en mi vida me he topado con un tipo de profesora parecido y fue en primero de Bachillerato, en la clase de lengua.


Ni siquiera recuerdo el nombre de esa mujer, solo su semblante cansado, enmarcado en una rizada cabellera descuidada de un color difícil de describir, y un perpetuo mohín de desprecio en su boca, el cual se acentuaba cada vez que alguien levantaba la mano para preguntar.


Y daba igual el carácter de la pregunta; su cara de asco no cambiaba. Te miraba como su hubieras pisado una mierda de perro, la hubieras esparcido por toda la clase y todo el espacio, que había entre ella y tú, oliese a heces recién pisadas.


En ambas situaciones me he preguntado por qué este tipo de personas, cuyo cansancio vital era visible además de su falta de paciencia y su desmesurada ira, tenía en su poder la entera responsabilidad de formarnos para poder ser los herederos del mañana.


De nuevo este interrogante carece de una respuesta aclaratoria que pueda poner fin al sufrimiento que experimenté durante mis años escolares debido, principalmente, a mi incapacidad de comprender algunas naturalezas humanas contradictorias.


(*)

La pregunta que formulé ese día en clase de tercero fue la siguiente:


—¿Por qué razón no se estudian todas las lenguas que hay en España?


A lo que la profesora respondió:


—Porque no es necesario que tú, como madrileña, estudies euskera. ¿De qué te va a servir en el futuro? ¿No ves que es estúpido lo que has preguntado? No sabéis siquiera escribir en español y vais a empezar con otro idioma.


Siempre las preguntas que hacíamos eran estúpidas para ella y, por lo general, una vez que decía que nuestra cuestión era estúpida solíamos callarnos cuando nos exhortaba al grito de Cállate, Fulanito o Cállate, Mengano. Sin embargo, en vez de callarme como ella me había sugerido amablemente, continué con bastante enfado:


—Pues no me voy a callar, porque no me parece estúpido lo que he dicho. ¿Por qué no se enseña el resto de lenguas si se supone que forman parte del país?


Se generó un gran revuelo en el aula y, por ello, nos castigó a todos. Durante el recreo que no pudimos hacer debido a mi descaro, varios alumnos que no se habían tomado bien lo de quedarse sin tiempo libre, empezaron a burlarse y a lanzarme bolas de papel babeadas con los canutos de los bolígrafos. Y hasta aquí puedo recordar.


Hablar gallego, valenciano, euskera, y/o catalán en la Comunidad de Madrid era, para esta profesora, una perdida de tiempo enorme e inútil para nuestro futuro. Sin embargo, para ella estaba de puta madre que, dos veces por semana, parte de  estos chicos perdiesen el tiempo en clase de religión y los alumnos que no eran practicantes, se comieran los mocos durante una hora sin hacer nada.


Un tiempo valioso para poderlo invertir en actividades culturales que pudieran enriquecer nuestro conocimiento de la geografía y cultura españolas, tirado a la basura.


(*)

A medida que han ido pasando los años, he podido observar cómo la gente, tanto padres como antiguos alumnos, han terminado por adoptar el punto de vista de aquella profesora.


En comunidades autónomas donde la población no es bilingüe como por ejemplo Madrid, Andalucía, Murcia, etc., solo es necesario obtener para nuestro currículo unos conocimientos básicos de español, los necesarios para poder pasar la educación secundaria obligatoria o el Bachillerato si se tiene intención de acceder a la universidad.


Con el tiempo, además se ha ido inculcando de forma enfermiza a los alumnos, la importancia de tener fluidez en otra lengua extranjera, principalmente inglés, y se ha ido dejando atrás la formación para el alumno español de su propia cultura, no solo en la propia comunidad, sino en el resto de España. 


La educación, al ser su respectiva financiación competencia de cada comunidad, las relaciones interculturales con nuestros vecinos autonómicos se han ido dejando cada vez más de lado, tanto por los recortes presupuestarios que durante estas dos décadas han ido destrozando el sistema público de educación desde dentro, como por la libre elección de centros (públicos, concertados o privados) y la segregación educativa, y pongo de ejemplo a Madrid, donde la barrera entre alumnos procedentes de familias humildes y chicos de origen acaudalado, es cada vez más grande. 


La falta de profesorado debido a esta situación, hace que se vea la materia cultural e histórica española de puntillas para cubrir el expediente del alumno, por culpa de la gran carga de trabajo que tienen a diario. De media, en la época en la que yo asistía a primaria, había treinta alumnos por aula. 


A día de hoy creo que es algo parecido ya que, o renuevan poco o no contratan a más gente para cubrir las vacantes mínimas y necesarias para dar una educación algo más individual y de relativa calidad a los chavales. Como alumno, con toda esa cantidad de personas hacinadas en un aula promedio pensada para un máximo de quince personas, sientes que estás más en un campo de concentración que en un colegio. 


Por este motivo, un alumno va a saber poco o nada durante su vida escolar acerca de la historia de Cataluña, de Euskadi o de Galicia y tampoco los profes le mostrarán ningún interés por enseñárselo.


A su vez, en las comunidades donde se habla más de una lengua, muchos alumnos podrán observar la indiferencia y el desencanto del resto de jóvenes españoles y cada vez se irán encerrando más en sus círculos sociales y culturales.


Al final llegarán a la conclusión ellos también de que es una pérdida de tiempo compartir su patrimonio con el resto e incluso llegarán a germinar los primeros brotes de independentismo y nacionalismo mal comprendido, azuzados incluso por el profesorado, ya que muchos profesionales de la educación, tanto independentistas como sus detractores, parecen incapaces de separar sus ideales políticos de sus enseñanzas en las escuelas y el alumnado, que debería tener un criterio propio confeccionado a partir de una formación objetiva y laica, al final se convierte en el altavoz de las ideas de su profesor y no de las suyas propias.


Al no conocer nuestro entorno cercano en las primeras etapas de nuestra vida, es muy probable que la mayor parte de la población joven, una vez haya crecido y se haya formado profesionalmente, pierda todo su interés educativo y pasen este hastío y desgana a la siguiente generación, creando una cultura más hermética y menos fluida entre pueblos y comunidades.

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